Por Alejandro Rossi Belgrano

Por Alejandro Rossi Belgrano

8 Epidemia de fiebre amarilla; sacrificio y muerte

"Ciertos hombres hacen un círculo en torno a sí mismos y cuidan a los que están en él, su mujer, sus hijos. Otros hombres hacen un círculo mayor para sus hermanos y hermanas. Pero algunos hombres tienen un gran destino, deben hacer alrededor de sí, un círculo que incluya a muchos, muchos más..."


En 1871 se desato la mayor epidemia que haya vivido la ciudad de Buenos Aires.
Aquí presentamos una reseña escrita por Pablo Pizzorno con la descripción general de los hechos y luego la actividad de Carlos Belgrano y el desenlace.

“Con el año nuevo comienzan a llegar los primeros veteranos de la Guerra del Paraguay. El 27 de enero se conocen tres casos de fiebre amarilla en Buenos Aires. A partir de esa fecha se registra un promedio de diez enfermos diarios. Las autoridades parecen desoír a quienes advierten que se está en presencia de un brote epidémico. La polémica crece y gana los diarios. La municipalidad trabaja intensamente preparando los festejos oficiales del carnaval. A fines de febrero el Dr. Eduardo Wilde asegura que se está en presencia de un brote febril. El bullicio carnavalesco ahoga la voz de este solitario aguafiestas.
Marzo empieza con 40 muertes diarias. Todas de fiebre. El pánico sucede a la despreocupación. La peste desborda a los conventillos de San Telmo para, sin prejuicios clasistas, comenzar a golpear a las familias acomodadas del Norte. Se prohíben los bailes. Mucha gente decide abandonar la ciudad. La primera semana de marzo cierra con cien fallecimientos diarios provocados por la fiebre. Algunos diarios informan sobre el flagelo con titulares catastróficos, estimulando a la otra peste que empieza a atacar a los que se salvaron de la fiebre: el terror.
Monumento erigido en a los caídos por la fiebre
 amarilla de 1871, en  Parque Ameghino,
El 13 de marzo se crea la Comisión Popular de lucha contra la fiebre. La encabeza el doctor Roque Perez y están entre otros, Lucio Mansilla, Argerich, Billinghurst, el poeta Guido Spano, Vedia y Mitre. A mediados de mes los muertos pasan de 150 por día. La ciudad se va paralizando. El presidente Sarmiento y el vice Adolfo Alsina la abandonan. El diario La Prensa del 21 de marzo comenta el hecho con éstas palabras: “Hay ciertos rasgos de cobardía que dan la medida de lo que es un magistrado y de lo que podrá dar de sí en adelante, en el alto ejercicio que le confiaron los pueblos”.
La ciudad tenía solamente 40 coches fúnebres. A fines de marzo, los ataúdes se apilan en las esquinas. Coches con recorrido fijo transportan todos los cajones que encuentran. Pronto se agregan los coches de plaza para cubrir la demanda de vehículos. Las tarifas que cobran los “mateos” es otro de los escándalos que se suma al precio de los escasos medicamentos que existen, y que apenas sirven para aliviar los síntomas. Empiezan a escasear los féretros, los carpinteros también son mortales. Por ésta razón, los cadáveres, cada vez en mayor cantidad, son envueltos en sábanas o simples trapos, y los carros de basura se incorporan a la flota fúnebre. Se inauguran las fosas colectivas. Hay saqueos y asaltos a viviendas a plena luz del día. Los delitos se incrementan velozmente, como los suicidios. Algunos delincuentes operan disfrazados de enfermeros, para acceder fácilmente a las casas en que hay enfermos.
Abril había comenzado con un avance desenfrenado de la fiebre. El día 4 fallecen 400 enfermos. El 15 la municipalidad ordena desalojar los conventillos. La Comisión pide que se los incendie. El cementerio del Sur, el actual Parque Ameghino de la Avenida Caseros al 2300, queda colmado. La municipalidad compra siete hectáreas en la Chacarita de los Colegiales y habilita un nuevo cementerio. Se inaugura una suerte de tren de la muerte, pues el convoy, que realizaba dos viajes diarios pero de ida solamente, transportaba exclusivamente difuntos. Así nació Chacarita.
No obstante, hubo personas que pudiendo abandonar la ciudad, no lo hicieron. Que en vez de tratar de salvarse, murieron llevando auxilio a quienes nunca habían visto. De unos pocos tenemos los nombres, como los doctores Roque Perez, Manuel Argerich, Francisco Muñiz y otros. La mayoría quedó en el anonimato….”

Carlos Belgrano y su segundo hijo, Antonio, fueron dos de ellos.
Pusieron a la familia, la madre y los niños a cargo del hijo mayor, José Belgrano, que los llevó a resguardo fuera de la ciudad.
Carlos y Antonio Belgrano se quedaron en la casa de Potosí 368, pero habrían de pagar un alto precio.
Tal vez el discurso de Roque Perez en la plaza Lorea, o la utilización como hospital del edificio que ayudara a construir definieran su decisión, o la ola inmigratoria de la década del 60 que llevó a tantos italianos a vivir en conventillos y ser la comunidad más afectada por el mal, lo persuadieron de ayudar.
Según datos recientes, suministrados por la señora Paiella, al desatarse la epidemia, Carlo Belgrano fue nombrado inspector de la mutual, cargo que desempeñó hasta su muerte; "y colaboró muchísimo durante la epidemia de fiebre amarilla". 
"Las tareas del inspector eran recorren los barrios, principalmente Barracas, La Boca y los conventillos de San Telmo,  controlando como evolucionaban los enfermos y si tenían medicamentos, posiblemente, por esa razòn se contagió".
Teniendo en cuenta que la enfermedad lleva unos 6 o 7 días de desarrollo (contagio, atenuación y desenlace), Carlos presenta sus primeros sintomas hacia el 20 de abril. Fallece el 27 del mismo mes en su casa, son testigos de su defunción su hijo y Antonio Bottaro, posiblemente familiar del lugarteniente de Garibaldi que descollara en la batalla de San Antonio. Firma la defunción un párroco interino pues todos los curas de la parroquia de Montserrat fallecieron por la epidemia. Como nota marginal hay que destacar la existencia de dos testigos, algo muy infrecuente para la situación de la ciudad, en la mayoría de las partidas se encuentra un testigo o ninguno.
Antonio queda solo, pero pese a ello decide  permanecer en la ciudad, ¿Qué motivos lo llevan a arriesgar su vida luego de ver fallecer a su padre y cuando todos a su alrededor escapan?, no lo sabemos pero tal vez intentó continuar con la tarea humanitaria.
Fallece 22 dias después que su padre,  el 18 de mayo, no hubo nadie que lo cuidara en su lecho de muerte, lo encontraron en su hogar de Potosí 368, que ahora quedaba vacio.
Testifica la muerte Antonio Bottaro solamente, no había nadie que se pudiera presentarse como segundo testigo.

Es la última vez que aparece en registros esta dirección, en donde criaron a sus hijos argentinos y desarrollaron su actividad comercial, en adelante la familia seguiría por otros caminos.


Continua en La tarea continua: los descendientes